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viernes, 13 de marzo de 2009

comida

haciendo la rutinaria revisión de los titulares de los periódicos on line, llegué a este artículo. coincidencia suficiente para sacar a la luz algo que escribí hace un tiempo.

Hay un sabio proverbio que dice que uno es lo que come, no lo que uno dice, piensa, cree o quiere, sino lo que uno se echa a la boca cuando siente hambre. Materializar de esta forma las dudas existenciales me parece altamente sano, la mejor dieta para una mente que ha empezado ha preocuparse por la presencia de grasas trans en la comida.

Lo que somos estaría entonces condicionado por las elecciones que hicimos al momento de decidir que tendremos en el refrigerador y en la despensa. Se transforma así el momento en que vamos al supermercado en un momento crucial y con una carga ontológica que ya se lo quisiera un encuentro religioso. Son las decisiones que uno toma en el supermercado las que materializan mi personalidad, desde el tipo de cereal que elijo para el desayuno hasta si prefiero la mantequilla a la margarina.

Los gustos que cada uno tiene no son casuales, sino que el resultado de una larga experiencia, y no tienen que ver sólo con los sabores de cada cosa, sino con los recuerdos que cada cosa acarrea o las ideas que sugiere. No estamos hablando de comprar sólo un 'yogurt', sino del producto de una industria que destina gran parte de su energía a consolidar los atributos de un alimento aludiendo más al estilo de vida de cada persona, que a los efectos que el producto pueda tener en nuestra salud. Es así como quien compra un yogurt estaría priorizando lo nutritivo por sobre lo apetitoso, la calidad por sobre lo económico, lo natural por sobre lo químico.

Ahora, estas elecciones están determinadas en gran parte por el poder adquisitivo de cada persona. No podemos desconocer que la mayoría de las cosas que comemos vienen envasadas y para adquirirlas no basta con quererlas, sino que hay que tener el dinero para poder salir del supermercado con una boleta que certifique que ese producto ya es nuestro. Por muy ontológico que sea el tema que nos convoca, vivimos en una sociedad post-industrial capitalista en que las necesidades de las personas, lo que comemos, es un gasto, un lujo al que podemos acceder dependiendo de cuanto dinero destinemos a nuestras necesidades alimenticias.

Comer es participar de este mundo, no por nada una huelga de hambre lo que manifiesta es un desacuerdo profundo con el modo en que están las cosas. Por lo que no es tan frívolo hacer una revisión de lo que comemos y cuales son nuestros hábitos alimenticios al momento de tratar de resolver una duda existencial. Las preocupaciones del hombre conteporáneo están casi todas centradas en el cuerpo, y tomar en serio lo que comemos es enriquecer el día a día, y salir de la rutina cada vez que nos sentamos en la mesa.

5 comentarios:

Chokrù dijo...

Excelente!

María Inés, aun hay veces en las que me cuesta creer poder toparme con puntos de vista como estos. Qué agrado sorprenderse otra vez.

Me gusta, tal vez parecido a tí, reflexionar sobre la menudencia, y ver lo trascendental de ello. Es el universo y la aventura en un barco de papel sobre un charco.

Saludos!

Ahhh! y gracias por la info de las cualidades de los Virgo, le voy a contar a Don Climaterio para que se informe.

Beatlejo dijo...

Creo que tienes mucha razón: Lamentablemente, las cosas a fin de cuenta nos determinan, en vez de que nosotros las determinemos a ellas.

y si, yo también tenía nostalgia por el disco de Casanova

Saludos, seguiremos leyendo

nomecentro dijo...

El problema del hambre es tan serio que cualquier consideración sobre consumos ideales primero debería producir vergüenza. Gana en prioridad a los planes globales de salud, energía y educación. Su parte básica no está resuelta por exigencias de nuestro sistema económico. La simple diarrea infantil convierte en ridículo el problema de los radicales libres entre las sociedades opulentas.
Una ración de carne de vaca produce 36 veces más gases invernadero que una de origen vegetal. Hacemos uso de un sistema absurdo y cuando llega el momento de nuestra elección, compramos estúpidamente.

María Inés dijo...

de acuerdo con el absurdo de las preocupaciones ideales del consumo, de hecho recuerdo que alguien hacía referencia a eso diciendo que hoy es tema la ansiedad contemporánea, en vez la hambruna mundial... pero me daría más verguenza hablar de temas en los cuales no he tomado ninguna medida, que de las absurdidades de las que me hago cargo.

nomecentro dijo...

Sólo era un acto reflejo que me causa la promiscuidad de las páginas de la prensa. Conviven mezcladas noticias terribles con la justificación y promoción de consumos decadentes. No es normal aunque pueda parecerlo. Una vez leí el anuncio de una venta de esclavos en un periódico de 1854. No me he librado de la idea de que en pocos años me verán como un salvaje.