'cookieChoices = {};' tiempos y palabras: enero 2008

sábado, 12 de enero de 2008

ideologías...

Leí el libro de Lyotard ¿Por qué filosofar?, estuve a punto de no terminarlo, lo había abandonado y no pensé que retomarlo podía marcar alguna diferencia, pero como ya tenía una multa considerable en la biblioteca por este abandono decidí continuar la lectura, y vaya que fue la decisión acertada. Estaba tan entusiasmada leyéndolo que pensaba que todo el mundo tenía que leerlo también, se me ocurrió transcribir algunas partes esclarecedoras, y es algo por el estilo lo que haré ahora... la verdad es que muté la redacción un poco, que por tratarse de unas conferencias (de 1964) tenía algunas partes redundantes, pero el mensaje es el que quería compartir, en este caso el de la última:

La undécima tesis sobre Feuerbach, escrita por Marx hacia 1845, dice: “los filósofos no han hecho sino interpretar el mundo de distintas maneras; se trata de transformarlo”.

La filosofía traslada a un mundo “metafísico” los problemas del mundo real, responde a esta problemática, pero sublimándola en una ideología que no resuelve nada. La filosofía vendría a ser como un sueño que corresponde a las preocupaciones que uno tuvo en el día, pero que no hace nada al respecto, mientras que el “ahora se trata de transformar el mundo” implica que debemos tomar posesión de nosotros mismos no en este mundo separado y desequilibrado del sueño [filosofía], sino a la luz del día, en ese mundo que todos tenemos en común.

El acontecer del mundo muestra que hay en él una aspiración a una realidad distinta. Pero, ¿cuál es el sentido latente de esta realidad, cual es su aspiración, su deseo? Y ¿cómo expresarlo para que pueda actuar, es decir, para que tenga poder, y se lleve a cabo?

Hablar acerca de lo que el mundo necesita, implica en primera medida desenmarcarse de la ideología que ha llevado al mundo a ser lo que es. Una “teoría” en el verdadero sentido de la palabra se arriesga a decir “he aquí lo que pasa, he aquí adonde conduce esto”, y solo por este hecho comienza a organizar el esto; una teoría que manifiesta el deseo que emana de la realidad logra constituirse en acción transformadora.

Mas ¿cómo saber que la lectura que vamos a dar de la realidad es correcta; que la aspiración, la tendencia en la que vamos a apoyar nuestro trabajo transformador, es realmente la aspiración, la tendencia que preocupa efectivamente al mundo?

Si es verdad que el mundo pide ser transformado es porque hay un sentido en la realidad que pide acontecer, pero si es verdad que este sentido pide acontecer, también es verdad que su advenimiento se ve impedido de alguna forma.

La interpretación de la realidad , la comprensión de lo que realmente desea la sociedad, y por lo tanto una teoría revolucionaria, que permita los cambios que el mundo pide, está separada de la practica, pues se encuentra sitiada por las ideas dominantes, que no son más que las ideas de las clases dominantes. La vinculación entre teoría y práctica se ve así expuesta continuamente al desencuentro, pues una teoría que responda a las necesidades transformadoras que el mundo requiere se ve socavada por la ideología dominante que perpetua un orden social a todas luces injusto. La palabra no llega por lo tanto hasta lo que tiene necesidad de ella de una manera directa, sino más bien contradictoria, por medio de una palabra, de una teoría y una organización que está en principio y para comenzar, separada de ese deseo, aislada de las necesidades del mundo, pero que sin embargo se sitúa al unísono de tales carencias, para poder reflejarlas, estamos hablando ni más ni menos que de la filosofía.

Pensar, desde el punto de vista de la acción, no es entrar en lo ya pensado, no es entrar en una articulación ya establecida, repetir esquemas de pensamiento, sino ante todo luchar contra todo lo que impide al deseo tomar la palabra y con la palabra el poder.

Si la pregunta es si sirve de algo filosofar, ya que la filosofía, rigurosamente hablando no conduce a nada, he aquí una respuesta:

no es posible librarse del deseo, de las necesidades, buscando refugio en la acción, porque ésta, lejos de ser un refugio, expondrá más abiertamente la responsabilidad que cada uno tiene de decir lo que hay que decir, de responder al llamado del mundo sobre el cual uno quiere actuar.

No se puede transformar el mundo si no es comprendiéndolo, y la filosofía puede parecer un adorno anquilosado, un pasatiempo de señorita de buena familia (porque no hace aviones supersónicos o porque trabaja en casa y no interesa a casi a nadie); la filosofía puede ser todo eso y lo es realmente: pero es o puede ser también ese momento en que el deseo que está en la realidad viene a si mismo, ese momento en que la carencia que padecemos en tanto individuos o en cuanto a colectividad se nombra y al nombrarse se transforma.

He aquí, pues por qué filosofar: porque existe el deseo, porque hay ausencia en la presencia, muerte en lo vivo; y porque tenemos capacidad para articular lo que aun no está; y también porque existe la alineación, la perdida de lo que se creía conseguido y la escisión entre lo hecho y el hacer, entre lo dicho y el decir, y finalmente porque no podemos evitar esto: atestiguar la presencia de lo que falta con la palabra.

En verdad, ¿Cómo no filosofar?